El Imperio de Alberta
Soy Alberta. Desde el borde del valle, contemplo mi imperio, orgullosa. Los bosques se pierden en la lejanía, acompañando el curso del Adaja que quiebra la llanura por la que serpentea apacible, con el alegre murmullo de sus aguas color caramelo. Amanece, una suave brisa acaricia las copas de los chopos, sauces, fresnos y alisos, al tiempo que hace surgir pequeñas nubes amarillas de polen de los pinos resineros.
Hace más de 30 años las gentes que viven tras los pinares arrebataron a mis antepasados este preciado territorio, saqueando su hogar y llevándose a sus hijos, los últimos que nacieron en este lugar. Aquellas gentes exhibieron a las pobres e indefensas criaturas como un trofeo y recibieron un premio económico por ello. Mis bisabuelos, desterrados y viejos, murieron poco más tarde, agotados, hambrientos, enfermos.
Ahora he vuelto para recuperar el imperio de mis antepasados. Desde lo alto de este gran pino donde he instalado mi nido, domino todo mi territorio de caza. Espero paciente a que regrese Aquila, mi pareja, un joven macho de águila imperial ibérica. Nuestros hijos, tres pollos de blanco plumón, me observan impacientes.
Ante la presencia de otras rapaces decido levantar el vuelo. A los primeros ladridos roncos que emito, dos ratoneros se alejan. Milvos el viejo milano real da un rodeo al notar mi presencia y mis dos metros largos de envergadura. En cambio Penato, el bravo macho águila calzada, parece no darse por aludido y tengo que enseñarle las garras para demostrar quien manda aquí. Falco, el halcón, me observa desde su grieta en la cárcava, pero ni me molesta, ni representa un peligro para mis pollos. -artículo completo-
-fotografía de Fernando López-